“Enamorarse es fácil. Lo difícil es estar en el amor”
Daniel Melero
“No hay nada de insólito en el amor”
Charles Bukowski
Un día después del recital, le pregunté si no se ponía nervioso antes de tocar. –Y…no-me dijo-. ¿Por qué lo haría? es lo que elegí y me hago cargo.
Hablamos de todo. Un poco en serio y un poco en broma. O mejor dicho, tratando a los temas solemnes (por llamarlos de alguna manera) con la seriedad que se merecen: ninguna.
Le pregunté si se había enamorado y me dijo que en sus treinta años se había enamorado tres veces. Pero yo presiento que esas mujeres son sólo parte de un solo y único amor, que es la música. Este paisaje que se llena de personas, libros y discos, todos unidos por la lógica del amor a la música, y que hacen huecos en su vida, llenando todos los espacios, en tanto y en cuanto estén al servicio de ella.
Insiste en algunas cuestiones que lo perturban: el matrimonio, las mujeres de su edad y la amargura con la que vive la gente “sin filo”, como le gusta decir a él.-mientras más creces, se vuelve un culo de botella; tus amigos se casan, abandonan sus sueños personales por mandatos sociales, viven mal, odian sus vidas; se compran autos y se aburren en sus vacaciones. Se olvidan de quiénes eran antes de que ese gusto amargo en la boca se haya vuelto rutina.-Es como ese poema de Bukowski, a ver ya vengo. En eso corre a la pieza, y busca su librito de poemas de Bukowski para leermelo:
Alguna gente es joven y nada más
alguna gente es vieja y nada más.
Y alguna gente está en el medio
sólo en el medio.
Y si las moscas usaran ropa
y todos los edificios ardieran en
fuego dorado,
si el cielo se sacudiera como
en la danza del vientre
y todas las bombas atómicas empezaran a
gritar,
alguna gente sería joven y nada más
y alguna gente sería vieja y nada más
y el resto sería lo mismo,
el resto sería lo mismo.
Los pocos diferentes
son eliminados bastante rápido
por la policía, por sus madres, sus
hermanos, y otros
por sí mismos.
Lo que queda es lo que
ves
es duro.-
-Y es así, no hay solución-suspira resignado. Y es lo mismo que dice cuando le hablas de amor.- Cuando te enamoras es así, no hay solución, hay que hacerse cargo o no seguir. Es lo que es-aclara determinante. Mientras me dice eso pienso que no hay nada de insólito en el amor.
Todo el tiempo pasan cosas. Gente que hace cosas, que al mismo tiempo conoce otra gente que hace cosas, y se unen para hacer más y distintas cosas. Para crear juntos. Encontrarse y crear algo nuevo que desde hace cinco minutos, o en cinco minutos ya empieza a formar parte del mundo. Y eso no tiene nada de novedoso o de insólito. El amor esta ahí, es ese lugar a habitar, una vida a elegir todos los días.
Dar por sentado el amor, como parte de una forma de ser, implica más aún una pérdida de referencia, un estancamiento en la esencia holgazana, en una identidad trunca que no concuerda con los vaivenes de las pasiones, de la devoción de toda una vida a amar algo, o de los encontronazos con algún que otro deber ser. Es una subestimación a la lucha cotidiana contra la policía, las madres, los hermanos o uno mismo, como diría Bukowski. La lucha por una vida dedicada a habitar la vocación, a llenarla de creación y no morir en el intento.
Estar en el amor, habitarlo, ocuparlo con creación para uno y para otros, eligiéndolo una y otra vez. Así construye el artista, viviendo en su pasión, no siendo dueño de nada, sino apropiándose para después abandonarlo al final del proceso creativo.
Pensar al amor como un lugar, a la vocación como una elección que se hace todos los días. Un “estar” diferente es lo que hace del amor un espacio de dedicación, un hueco a llenar que hay que alimentar y no una manera de ser.
Volviendo a él y a nuestra conversación (de la que en realidad nunca nos fuimos) entre horas y cafés, hablamos mucho acerca de música, para ambos uno de los temas preferidos de charla. Le conté que veía a la música como el último refugio de la identidad colectiva joven, o al menos como lo poco que quedó de ese concepto después del menemismo. Y mientras hablábamos de rock nacional, le pedí que me toque alguna de sus canciones. –Dalo por hecho, respondió contento.
Aproveché este momento suyo de concentración para observarlo atentamente. Sus ojos son tristes, y cuentan un pasado pesado que toma sin dramatismo, sino como algo suyo y ya. Su cuerpo, cauteloso. Según él, es cuidadoso porque en realidad es muy torpe. Sin embargo, dudo mucho de esto.
Sus canciones también son tristes, pero en algún punto, se trata de una tristeza reconfortante. Como si esas palabras tan certeras y esa voz tan genuina pudieran exorcizar nuestros cuerpos de aquellos demonios tan sólo llamándolos por su nombre, ese nombre que autoriza pero no justifica. El alivio del que logra nombrar lo siniestro.
Le digo que me gustan mucho sus canciones y sus letras, y le pregunto qué le gusta a él de las canciones. –Siento que la palabra cantada es mucho más poderosa que la palabra escrita. Es algo difícil de explicar, pero la palabra cantada entra directo. Algo pasa. Cosas muy fuertes pasan cuando escuchas una canción muy buena. En ese momento me vino a la cabeza esa frase que dice que todo cuerpo sometido a una música verdadera pasa por alguna alteración afortunada. Pero por alguna razón, no se la digo.
Él siente que no puede estar en otro lugar que en la música: creándola, escuchándola, tocándola. Todo lo demás lo aburre.
Ese es un amor de toda una vida, un amor al que llegó para quedarse. Él está ahí, en la música. Y no hay nada nuevo ni fácil en estar en el amor. Y mucho menos insólito. Pero sigue haciendo esa elección todos los días. Y está bien así.
Entre uno de los pocos silencios que hicieron presencia esa noche, le dije que se había hecho muy tarde y que me iba a ir a mi casa. Hablamos un rato más acerca de lo azaroso de los encuentros, y de cómo era el problema fundamental de prácticamente todas las relaciones humanas el forzar encuentros ya perdidos.
Alguna que otra vez me lo cruzo en recitales y me dedica una sonrisa honesta en cada saludo. Yo le agradezco con este relato el enseñarme sin querer el significado del amor.
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