miércoles, 10 de marzo de 2010

Devenires

Ella lo buscó con la mirada, intentando que esos ojos intensos le prestaran atención a su cuerpo de mujer, a su mirada cómplice. Él no hacía más que deslizarse cautelosamente entre la gente, que escupía palabras, buscaba oídos que escuchen eso que tenían para decir. Era un gran juego, pero ella sólo quería jugar con él.
Sin embargo, algo pasaba. Había algo en ella que no podía reconocer. Siempre le había resultado muy fácil llamar la atención de los hombres, sobre todo cuando ya los había elegido de antemano.
Hasta que el acercamiento sucedió. Él, con esa energía que funcionaba como un imán para ella, se aproximó, mirándola fijo, seduciéndola con esa tensión que generaba sólo estando ahí, parado. “Es que vos sos una zanahoria, y yo sólo un pimpollito”, le explicó.
Y así comenzó una relación que tenía su fin enraizado allí, justo en el inicio. Una mujer, un hombre, una zanahoria, un pimpollito. Encontrados en sus diferencias, desencontrados por sus diferencias. ¿A quién no le pasó alguna vez?

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