miércoles, 29 de diciembre de 2010

Nuevo día

Encierro el borde de la hoja entre mis uñas. Me inquieto. Hay voces afuera. Ya no estoy sola. La habitación de niña tiene muy poco del intento de mujer: un color y un deseo: durazno en las paredes, Matisse y su ronda de bailarines desnudos fundidos en verdes y azules, y un anclaje, arbitrario pero afortunado, en Dance me to the end of love. Una guitarra desafinada que nunca aprendí a tocar, pero que aprendí a entender, un montón de enciclopedias ajenas y un póster de una banda que nunca me gustó realmente, pero por alguna razón no quito. Como si se tratara de una foto, de un altar inalterable, depositado en el pasado y en vísperas de fiestas, que también son las vísperas de una vida mejor, y de vidas que se van.
Una nena malcriada que siempre pide más, encerrada en una cápsula de tiempo, escribe atolondrada en una hoja de papel que no va a guardar: Quiero ser como Patti Smith. Quiero que la pollera deje de apretarme. Quiero llamarte y decirte que te quiero. Quiero volver a ver Aristogatos y sentirme feliz. Quiero que siempre haya un nuevo día, capricho de infinita posibilidad.

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